miércoles, 1 de enero de 2014

Sueño de un personaje II



Suelo tener sueños en donde me siento frente a una mesa negra, de madera, con hoyuelos como cráteres. Percibo una biblioteca con libros negros y de colores, a mi izquierda, en esa habitación de suelos y vigas oscuras. Sólo puedo ver hacia delante, con la cabeza inclinada hacia la mesa. Ahí reside una hoja, como lugar propio asignado. No puedo escapar de esa óptica, enmarcada. Hay un lápiz. No uno, no. Hay dos. Son los lápices que escriben. Al parecer, un personaje los dirige, les habla; no puedo verlo, aunque lo intente. Cuando elevo la vista sólo me encuentro mi flequillo, de pelos amarillos. Yo sabía que había alguien del otro lado desde mucho antes, no por sus palabras recientes. Es la cercanía. Pero ¡no! ¡No se confundan! No está cerca de mí por la distancia, por el poco espacio que nos separa en esta habitación. Los lápices, la hoja, la mesa; todo entremedio. ¿Entonces? Estoy confundido. Al hablar de las cosas, de lo que veía, pensaba que me había saltado lo más cercano que sin embargo yace del otro lado. ¡Qué confusión! Ya no sé qué está más cerca, si los lápices, si el personaje, si la hoja, si la biblioteca, si las vigas, si mis pelos. –Deja ya de medir el mundo circundante y preocúpate de lo que atañe, de lo que tienes a mano. Hoy voy a enseñarte a escribir. Abriremos un nuevo espacio, un espacio para poder orientarse.  –¿Pero qué me dices? ¡Yo ya sé escribir! ¿No lo recuerdas? ¡Yo soy el de la luna y el de los cuatro hermanitos! Ahora ya no tengo nada que descubrir, no había nada en la luna. –Sin embargo, la luna estaba llena de cosas, así como las piedras que sacas de debajo de la tierra. –¡Pero sólo estoy jugando! me gusta desenterrar cosas, piedras, autitos, una pelota. Luego los pongo todos juntos, los cuento, los describo y lo anoto en un papel. También tengo un cuadrito en el que pongo las medidas ¡siempre llevo una regla! –Vamos, haz que el lápiz hable. Muéstrame lo que desocultas de nuestro jardín. –¡Pero si eso es muy fácil! Mira, ¿qué te parece? Esto es lo que te contaba pero mucho más completo, tal cual como los había encontrado, con todos los colores, con todas las distancias, unos al lado de otro, bien conectados. –¿Es eso lo que ves?  –Sí, ¡si está más claro que el agua! ¿Tú no lo ves? –Yo veo otras muchas, disímiles. Aquello que surge como habitado en el desocultamiento siempre posee una condición respectiva con una zona. Mira desde otro lado. No busques ordenar las cosas. –¡Ay! No sé cómo escribirlo, me pides palabras difíciles, sin conexión, no se me ocurren otras. –No te he pedido que tú lo escribas sino que haz que el lápiz escriba. –Me pides… ¡Magia! –Lo decisivo, es romper la interpretación del mundo y dejar que las cosas sean. ¿No crees que hay algo que te presenta oscuras todas las cosas y, lo encubierto, como cosa sabida y accesible a cualquiera? –¡Creo que me estás engañando! Tú quieres que primero aprenda el escuchar así como el callar ya que ambos promueven la comprensión. Pero ¿qué tiene que ver esto con la escritura y con los objetos enterrados? –Cuando la capacidad de escuchar se vuelve auténtica el estar el uno con el otro se vuelve transparente. Sólo podrás comprenderme si sabes escucharme. –Y sólo si puedo escucharte en el sentido del comprender podré decir algo, lo que significa que podré disponer de un discurso. ¡Podré escribir todo eso que no veía! ¡Seré libre y conseguiré que el lápiz escriba! –Exactamente. –Lo veo, como decían todos esos libros azules. Hasta hoy no los entendía. Entonces, todas las cosas que desenterré tienen morada. ¿A esto te referías cuando me hablabas de una zona? –Claro. Pues lo obvio del estado interpretativo puede convertirte en un asesino, así como lo accesible a cualquiera puede llevarte a lo ambiguo, impidiéndote distinguir una comprensión auténtica. -¡Ay!, qué mundo insensato. ¡Admítanlo! ¡La arqueología es sólo para unos pocos! ¿De dónde pueden haber venido todas estas ideas de observación tan opresivas? No las percibía. ¡Qué horror! ¿Pueden verlo ustedes? Qué secos están los campos, los cultivos modernos. Hagamos silencio. Si todos calláramos… ¡los dioses futuros serían arqueólogos! ¡grandes desocultadores! Durante todo este tiempo he estado jugando como un esclavo. ¡Cómo no verlo! ¡Ay! Esos autitos ¡si son los de París! Los ansiaba en aquellas noches de espera ¿o es que anhelaba lo que yace del otro lado? ¡Cuantas lugaridades, cuantos lápices habladores! Escúchame, las piedras, son las piedras del Muro y de ese lugar donde habitan héroes ¿no lo recuerdas? Esas de colores, las de la mesita de luz… Mira ¿ves la pelota? Qué me importan las medidas. ¡ni la propia regla para medir puede medirla! ¿No lo han pensado? ¿No ven que es redonda? ¡Qué ingenuos! Es enorme esa pelota, ¡todo lo que tiene! Cómo me costaba alcanzarla… pero estaba llena de sueños. Es la que me dejaba gritar al cielo, y correr y correr, en el jardín, formando círculos, como la forma de esas islas, y de ahí mirarlo todo, desde el gran ojo. ¡Ay Crónida, el más glorioso y el más grande! Has hecho de mi jardín un santuario. Todo lo que pusiste bajo protección de Gea no es más que mi propia mismidad. ¿Cómo podía ver otra cosa sobre lo más propio de mí? No estaba escuchando. Lo mío, lo muy mío, los otros, lo cerca, el oikos, el mundo. ¡La arqueología es inagotable! ¡Siento que crezco! Ya lo había dicho el superhombre, que para levantar un santuario hay que derruir un santuario ¡Esta es la ley! Ahora sí que me siento muy bien, felicísimo, como tú dices. 




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