Suelo tener sueños en donde me
siento frente a una mesa negra, de madera, con hoyuelos como cráteres. Percibo
una biblioteca con libros negros y de colores, a mi izquierda, en esa
habitación de suelos y vigas oscuras. Sólo puedo ver hacia delante, con la
cabeza inclinada hacia la mesa. Ahí reside una hoja, como lugar propio
asignado. No puedo escapar de esa óptica, enmarcada. Hay un lápiz. No uno, no.
Hay dos. Son los lápices que escriben. Al parecer, un personaje los dirige, les
habla; no puedo verlo, aunque lo intente. Cuando elevo la vista sólo me
encuentro mi flequillo, de pelos amarillos. Yo sabía que había alguien del otro
lado desde mucho antes, no por sus palabras recientes. Es la cercanía. Pero
¡no! ¡No se confundan! No está cerca de mí por la distancia, por el poco
espacio que nos separa en esta habitación. Los lápices, la hoja, la mesa; todo
entremedio. ¿Entonces? Estoy confundido. Al hablar de las cosas, de lo que
veía, pensaba que me había saltado lo más cercano que sin embargo yace del otro
lado. ¡Qué confusión! Ya no sé qué está más cerca, si los lápices, si el
personaje, si la hoja, si la biblioteca, si las vigas, si mis pelos. –Deja ya
de medir el mundo circundante y preocúpate de lo que atañe, de lo que tienes a
mano. Hoy voy a enseñarte a escribir. Abriremos un nuevo espacio, un espacio
para poder orientarse. –¿Pero qué me
dices? ¡Yo ya sé escribir! ¿No lo recuerdas? ¡Yo soy el de la luna y el de los
cuatro hermanitos! Ahora ya no tengo nada que descubrir, no había nada en la
luna. –Sin embargo, la luna estaba llena de cosas, así como las piedras que
sacas de debajo de la tierra. –¡Pero sólo estoy jugando! me gusta desenterrar
cosas, piedras, autitos, una pelota. Luego los pongo todos juntos, los cuento, los
describo y lo anoto en un papel. También tengo un cuadrito en el que pongo las
medidas ¡siempre llevo una regla! –Vamos, haz que el lápiz hable. Muéstrame lo
que desocultas de nuestro jardín. –¡Pero si eso es muy fácil! Mira, ¿qué te
parece? Esto es lo que te contaba pero mucho más completo, tal cual como los
había encontrado, con todos los colores, con todas las distancias, unos al lado de
otro, bien conectados. –¿Es eso lo que ves?
–Sí, ¡si está más claro que el agua! ¿Tú no lo ves? –Yo veo otras muchas,
disímiles. Aquello que surge como habitado en el desocultamiento siempre posee
una condición respectiva con una zona. Mira desde otro lado. No busques ordenar
las cosas. –¡Ay! No sé cómo escribirlo, me pides palabras difíciles, sin
conexión, no se me ocurren otras. –No te he pedido que tú lo escribas sino que
haz que el lápiz escriba. –Me pides… ¡Magia! –Lo decisivo, es romper la
interpretación del mundo y dejar que las cosas sean. ¿No crees que hay algo que
te presenta oscuras todas las cosas y, lo encubierto, como cosa sabida y
accesible a cualquiera? –¡Creo que me estás engañando! Tú quieres que primero
aprenda el escuchar así como el callar ya que ambos promueven la
comprensión. Pero ¿qué tiene que ver esto con la escritura y con los objetos
enterrados? –Cuando la capacidad de escuchar se vuelve auténtica el estar el
uno con el otro se vuelve transparente. Sólo podrás comprenderme si sabes
escucharme. –Y sólo si puedo escucharte en el sentido del comprender podré
decir algo, lo que significa que podré disponer de un discurso. ¡Podré escribir
todo eso que no veía! ¡Seré libre y conseguiré que el lápiz escriba!
–Exactamente. –Lo veo, como decían todos esos libros azules. Hasta hoy no los
entendía. Entonces, todas las cosas que desenterré tienen morada. ¿A esto te
referías cuando me hablabas de una zona?
–Claro. Pues lo obvio del estado interpretativo puede convertirte en un asesino,
así como lo accesible a cualquiera puede llevarte a lo ambiguo, impidiéndote
distinguir una comprensión auténtica. -¡Ay!, qué mundo insensato. ¡Admítanlo! ¡La
arqueología es sólo para unos pocos! ¿De dónde pueden haber venido todas estas
ideas de observación tan opresivas? No las percibía. ¡Qué horror! ¿Pueden verlo
ustedes? Qué secos están los campos, los cultivos modernos. Hagamos silencio. Si
todos calláramos… ¡los dioses futuros serían arqueólogos! ¡grandes
desocultadores! Durante todo este tiempo he estado jugando como un esclavo.
¡Cómo no verlo! ¡Ay! Esos autitos ¡si son los de París! Los ansiaba en aquellas
noches de espera ¿o es que anhelaba lo que yace del otro lado? ¡Cuantas
lugaridades, cuantos lápices habladores! Escúchame, las piedras, son las
piedras del Muro y de ese lugar donde habitan héroes ¿no lo recuerdas? Esas de
colores, las de la mesita de luz… Mira ¿ves la pelota? Qué me importan las
medidas. ¡ni la propia regla para medir puede medirla! ¿No lo han pensado? ¿No
ven que es redonda? ¡Qué ingenuos! Es enorme esa pelota, ¡todo lo que tiene!
Cómo me costaba alcanzarla… pero estaba llena de sueños. Es la que me dejaba
gritar al cielo, y correr y correr, en el jardín, formando círculos, como la forma
de esas islas, y de ahí mirarlo todo, desde el gran ojo. ¡Ay Crónida, el más
glorioso y el más grande! Has hecho de mi jardín un santuario. Todo lo que
pusiste bajo protección de Gea no es más que mi propia mismidad. ¿Cómo podía ver
otra cosa sobre lo más propio de mí? No estaba escuchando. Lo mío, lo muy mío,
los otros, lo cerca, el oikos, el mundo. ¡La arqueología es inagotable! ¡Siento
que crezco! Ya lo había dicho el superhombre, que para levantar un santuario
hay que derruir un santuario ¡Esta es la ley! Ahora sí que me siento muy bien,
felicísimo, como tú dices.
http://pellakatadesmos.blogspot.com
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